Su recuerdo.

Sucedió en Agosto. Sabíamos que ese día llegaría, pero nadie dijo que fuera fácil asumirlo. Tantos años juntos...
Al principio, era el niño mimado: para él el hueco en la almohada, las caricias exigidas, las atenciones soñadas. Nació María, y Otto esperaba cada noche ante su puerta a que acabara la sesión nocturna de cantos de cuna, para recuperar por un rato el cetro perdido. Nació Mateo, y Otto descendió un puesto en el escalafón de las atenciones reales: pero seguía esperando todas las noches ese momento mágico de silencio, cuando los niños duermen, y el mundo es de los gatos.
Pero los reinados no son eternos, nació Tomás. El día se parte en pedazos, cada vez más pequeños. De esta sencilla forma, Otto sufrió una brusca transformación: dejó de ser un gato, y pasó a ser un mono ("el último mono").
Aguardó pacientemente los años en que los niños no sabían acariciarlo y lo trataban como a un peluche. Soportó estoicamente que lo cogieran en brazos cuando casi no podían con él, y su cara de resignación, os juro por lo más sagrado, era toda una declaración de principios.
Porque nunca habréis visto un gato más bueno ni más pacífico, más hablador ni más niñero que el viejo Otto. Sus últimos años los pasó dormitando en el sofá, rodeado del cariño de todos los habitantes de este mi pequeño reino. No recuperó el trono: pero, debido a su avanzada edad y en calidad de Consejero Real, tenía siempre un lugar reservado en las ceremonias ilustres.
Ese lugar, viejo amigo, está libre, esperándote. En ese momento mágico de silencio, cuando los niños duermen, y el mundo es de los gatos.

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